sábado, 5 de junio de 2010

Vea la vida como la ve Dios


¿Cómo ve Dios la vida?

¿Qué piensa él del aborto?

¿Cómo mostramos nosotros que respetamos la vida?

“JEHOVÁ es en verdad Dios —afirmó el profeta Jeremías—. Él es el Dios vivo.” (Jeremías 10:10.) Además, es el Creador de todos los seres vivos. Así lo reconocieron en el cielo algunas de sus criaturas al decir: “Tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas” (Revelación [Apocalipsis] 4:11). Y en una canción de alabanza a Jehová, el rey David indicó: “Contigo está la fuente de la vida” (Salmo 36:9). Por lo tanto, la vida es un regalo de Dios.

Además, Jehová hace posible que continuemos con vida (Hechos 17:28). Él nos da los alimentos que comemos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y la tierra donde vivimos (Hechos 14:15-17). Y lo hace de forma que la vida resulte agradable. Sin embargo, para disfrutar de la vida al máximo, tenemos que conocer las leyes de Dios y obedecerlas (Isaías 48:17, 18).

RESPETEMOS LA VIDA

Dios desea que respetemos la vida, tanto la nuestra como la ajena. Veamos un ejemplo. Caín, el hijo de Adán y Eva, se enfureció con Abel, su hermano menor. Jehová le advirtió que su cólera podía llevarlo a cometer un pecado grave, pero Caín no le hizo caso. ‘Atacó a su hermano y lo mató.’ (Génesis 4:3-8.) El relato pasa a mostrar que Jehová lo castigó por ese asesinato (Génesis 4:9-11).

Miles de años después, Jehová dio leyes a los israelitas para que le sirvieran como él deseaba. En vista de que las entregó mediante el profeta Moisés, el conjunto de esas leyes suele recibir el nombre de Ley mosaica. Pues bien, la Ley mosaica contenía este mandato: “No debes asesinar” (Deuteronomio 5:17). Esta prohibición mostró a los israelitas que Dios valora la vida humana y que toda persona debe valorar la vida de sus semejantes.

¿Y qué piensa Dios de los bebés que aún están en el vientre de su madre? La Ley mosaica indicó que no se debía causar la muerte de una criatura que todavía no había nacido. Así es: también esa vida tiene mucho valor para Jehová (Éxodo 21:22, 23; Salmo 127:3). Eso significa que está mal abortar.

Para respetar la vida, también debemos tener una buena actitud hacia el prójimo. La Biblia dice: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene la vida eterna como cosa permanente en él” (1 Juan 3:15). Si queremos vivir para siempre, tenemos que eliminar de nuestro corazón el odio que podamos sentir por otras personas, porque el odio es la raíz de casi todos los actos violentos (1 Juan 3:11, 12). Es fundamental que aprendamos a amarnos unos a otros.

MOSTRAMOS RESPETO POR LA VIDA

■no quitándoles la vida a las criaturas no nacidas


■dejando hábitos que son inmundos a los ojos de Dios


■eliminando de nuestro corazón el odio a otras personas


¿Y qué puede decirse sobre el respeto a nuestra propia vida? Por lo general, nadie quiere morir, pero muchas personas ponen su vida en peligro por puro placer. Por ejemplo, consumen tabaco, mastican hojas de coca o nuez de areca (o de betel) o toman drogas sin razones médicas. Estas sustancias perjudican la salud y en muchos casos provocan la muerte. Por consiguiente, la persona que tiene esos vicios no considera sagrada la vida. A los ojos de Dios, son hábitos inmundos, o sucios (Romanos 6:19; 12:1; 2 Corintios 7:1). Para servirle como él desea, tenemos que dejarlos. Quizás se nos haga muy difícil, pero Jehová puede darnos la ayuda necesaria. Él valora mucho todos los esfuerzos que hacemos para tratar nuestra vida como lo que es: un regalo muy valioso de parte suya.

Si respetamos la vida, nos preocuparemos siempre por la seguridad. No seremos descuidados ni correremos riesgos por placer o emoción. No conduciremos el automóvil de forma imprudente ni practicaremos deportes violentos o peligrosos (Salmo 11:5). Una de las leyes que Jehová dio al antiguo Israel decía: “En caso de que edifiques una casa nueva, entonces tienes que hacer un pretil [o pequeño muro] a tu techo [o azotea], para que no coloques sobre tu casa culpa de sangre porque alguien [...] llegara a caer de él” (Deuteronomio 22:8). Esa ley contiene un principio por el que usted debe guiarse. Por ejemplo, si su casa tiene escaleras, manténgalas en buen estado para que nadie se caiga y sufra heridas graves. Si tiene automóvil, asegúrese de que esté en buenas condiciones. No permita que su vivienda o su vehículo sean un peligro para usted o para los demás.

¿Cómo ve el Creador la vida de los animales? También la considera sagrada. Él permite matar animales para obtener alimento y ropa o para proteger la vida humana (Génesis 3:21; 9:3; Éxodo 21:28). Pero quien los trata con crueldad o los mata por deporte está obrando mal y demuestra que no considera sagrada la vida (Proverbios 12:10).

RESPETEMOS LA SANGRE
Cuando Caín mató a Abel, Jehová le dijo: “La sangre de tu hermano está clamando a mí desde el suelo” (Génesis 4:10). Al mencionar Dios la sangre de Abel, se refería a su vida. Caín le había quitado la vida a su hermano y tenía que ser castigado. Era como si la sangre, o la vida, de Abel clamara a Jehová por justicia. La relación entre la vida y la sangre volvió a mostrarse después del Diluvio de Noé. Antes del Diluvio, los seres humanos solo comían frutas, verduras, cereales y frutos secos. Pero después hubo un cambio. Jehová les dijo a Noé y sus hijos: “Todo animal moviente que está vivo puede servirles de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras lo doy todo a ustedes”. Sin embargo, Dios añadió esta prohibición: “Solo carne con su alma [o vida] —su sangre— no deben comer” (Génesis 1:29; 9:3, 4). Está claro que, para Jehová, la vida y la sangre están muy relacionadas.

Un modo de mostrar respeto por la sangre es no comiéndola. En la Ley que dio a los israelitas, Jehová mandó: “En cuanto a cualquier hombre [...] que al cazar prenda una bestia salvaje o un ave que pueda comerse, en tal caso tiene que derramar la sangre de esta y cubrirla con polvo. Porque [...] dije yo a los hijos de Israel: ‘No deben comer la sangre de ninguna clase de carne [...]’” (Levítico 17:13, 14). La prohibición de comer sangre animal, que Dios ya había dado a Noé unos ochocientos años antes, aún era válida. Estaba claro lo que pensaba Jehová: sus siervos podían comer la carne de los animales, pero no la sangre. Tenían que derramarla en el suelo, lo cual era como devolver a Dios la vida del animal.

A los cristianos se nos ha dado un mandato parecido. En el siglo primero, los apóstoles y otros hombres que dirigían a los discípulos de Jesús se reunieron para decidir qué mandatos debían obedecer todos los cristianos. Esta fue la conclusión a la que llegaron: “Al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas [animales no desangrados], y de fornicación” (Hechos 15:28, 29; 21:25). Así que debemos ‘abstenernos de sangre’. A los ojos de Dios, esto es tan importante como evitar la idolatría y la inmoralidad sexual.

Si su médico le mandara abstenerse del alcohol, ¿se lo introduciría en las venas?


¿Están incluidas las transfusiones en el mandato de abstenerse de sangre? Sí, lo están. Pongamos una comparación. Si el médico le dice que se abstenga del alcohol, ¿significa que no debe beberlo pero sí puede inyectárselo en las venas? Por supuesto que no. De la misma manera, abstenerse de sangre significa no introducirla en el cuerpo de ningún modo. Así que para obedecer ese mandato no debemos permitir que nos pongan una transfusión de sangre.

Pero ¿qué ocurre si un cristiano está gravemente herido o tiene que someterse a una operación seria? Supongamos que los médicos le dijeran que si no le ponen sangre, morirá. Lógicamente, el cristiano no quiere morir. Como desea conservar el valioso regalo divino de la vida, estaría dispuesto a recibir otros tratamientos médicos que no implicaran un mal uso de la sangre. Por eso, aceptaría alguna de las diversas alternativas a la sangre que estuvieran a su alcance.

¿Violaría el cristiano la ley de Dios para alargar un poco su vida en este sistema de cosas? Jesús dijo: “El que quiera salvar su alma [o su vida], la perderá; pero el que pierda su alma por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25). Ninguno de nosotros desea morir. Sin embargo, si tratamos de salvar nuestra vida actual violando la ley de Dios, nos arriesgamos a perder la vida eterna. De modo que lo más sensato es confiar plenamente en que la ley divina es para nuestro bien. Podemos estar seguros de que si llegamos a morir, el Dador de la vida nos recordará en la resurrección y nos devolverá ese precioso don (Juan 5:28, 29; Hebreos 11:6).

Los siervos fieles de Dios están completamente decididos a obedecer el mandato divino sobre la sangre. Por eso, no la comen de ninguna forma ni la aceptan como tratamiento médico.* Están convencidos de que el Creador de la sangre sabe qué es lo más conveniente para ellos. ¿Lo cree usted también?

EL ÚNICO USO APROPIADO DE LA SANGRE

¿Cómo podemos mostrar que respetamos la vida y la sangre?


La Ley mosaica mostró con claridad cuál es el único uso apropiado de la sangre. Al dar a los israelitas las instrucciones para adorarlo, Jehová les dijo: “El alma [o la vida] de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación” (Levítico 17:11). Cuando los israelitas pecaban, podían recibir el perdón si ofrecían un animal y se llevaba parte de su sangre al altar del tabernáculo o, posteriormente, al del templo de Dios. Solo debía utilizarse la sangre de esa manera.

Los cristianos verdaderos no tienen que obedecer la Ley mosaica y, por lo tanto, no ofrecen sacrificios de animales ni llevan la sangre de estos a un altar (Hebreos 10:1). Sin embargo, ese uso que recibía la sangre en el antiguo Israel representaba el valioso sacrificio que iba a realizarse más adelante: el del Hijo de Dios, Jesucristo. Como aprendimos en el capítulo 5, Jesús entregó su vida humana por nosotros al derramar su sangre en sacrificio. Después ascendió al cielo y ofreció a Dios una vez y para siempre el valor de la sangre que él había derramado (Hebreos 9:11, 12). De ese modo hizo posible el perdón de nuestros pecados y nos abrió el camino a la vida eterna (Mateo 20:28; Juan 3:16). Sin duda, ese uso de la sangre fue importantísimo (1 Pedro 1:18, 19). Solo nos salvaremos si tenemos fe en el valor de la sangre derramada de Jesús.

¡Qué agradecidos estamos a nuestro amoroso Dios por el don de la vida! La gratitud debería impulsarnos a decirle a la gente que si tiene fe en el sacrificio de Jesús, podrá vivir para siempre. Y lo haremos con entusiasmo, porque, al igual que Jehová, consideramos que la vida de nuestros semejantes es muy valiosa (Ezequiel 3:17-21). Si cumplimos fielmente con esa responsabilidad, podremos decir, como el apóstol Pablo: “Estoy limpio de la sangre de todo hombre, porque no me he retraído de decirles todo el consejo de Dios” (Hechos 20:26, 27). En efecto, una de las mejores maneras de demostrar cuánto respetamos la vida y la sangre es hablando a nuestro prójimo acerca de Dios y sus propósitos.

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